sábado, 17 de julio de 2010

Libertades

Me gusta pensar que las dicotomías son una mentira. Pero la verdad es que están ahí, evidentemente existen y negarlas no es más que un acto de locura, de negación de la realidad, o simplemente de estupidez.
Cuando la reflexión teórica me lleva a negar la existencia de cosas comprobables con apenas mirarlas, lo mejor siempre es revisar esa teoría.

Una elección libre, nos lleva indefectiblemente a reducir nuestro número de opciones. La mayor parte de nuestras elecciones requieren tiempo y compromiso. Elegir es, de alguna manera, reducir libertades.
La posibilidad de elección es siempre placentera. Tener esa sensación de que podés hacer lo que quieras cuando quieras.
Sin embargo muchas veces querer conservar esa posibilidad nos puede hacer sentir cual salamín: si compro la entrada para ir a un recital, objetivamente el beneficio que obtengo es la posibilidad de ir. Lo más lógico es que vayas (onda,.. compraste la entrada, ¡andá!) pero la verdad es que con esa entrada lo que tenés es la posibilidad de ir, sin la entrada imposible (o por lo menos difícil) que entres, es una posibilidad menos, puede ser más cómodo, no tenés que pensar si vas o si no vas. Pero lo que no podés hacer es elegir qué hacer.
El 15 de julio que pasó, en el congreso, una horda de trajeados que (vergonzosamente) votamos nos otorgó a todas las personas que decidamos tener una pareja con una persona del mismo sexo la posibilidad de contraer matrimonio. Llegó el pase a entrar en esa oda acartonada que es la vida conyugal matrimonial que puede resultarnos aburrida y anacrónica pero si tenemos ganas de ocupar esa butaca, podemos.
Eso precisamente es la libertad, tener la posibilidad de hacer algo, pero también tener la posibilidad de no hacerlo.
Y todos y todas esa madrugada del miércoles sentían (y quizás algunx comprendía) la magnitud de la libertad conquistada. Aún cuando seamos totalmente conscientes de todas las libertades que nos quedan pendientes, lo grande de esta conquista hace que saltes, grites, te abraces, sientas que la emoción se vuelve un océano que te inunda el pecho y desborda por los ojos.
Cuando volví ese miércoles a mi casa pensé que dentro de un tiempo relativamente corto iba a tener no sólo tiempo sino alguna idea un poco más concreta de lo que pasó en ese momento. Pero los cambios son lentos y se ven solamente cuando pasa el tiempo.


Pasada la emoción, la jugada ganada, nos queda a esperar a la próxima marcha para volver a festejar, y pedir, esta vez, por la ley de identidad de género que (sabemos) ya va a llegar.
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